jueves, 26 de septiembre de 2013

PEQUEÑO CACHORRO

        Poppy era un cachorro muy pequeñito, que nació de una camada de otros 8 hermanos. Sus dueños no podían mantenerlos a todos, así que tuvieron que regalarlos. A Poppy fue al primero que consiguieron dar, ya que además de ser el más pequeño de todos, era el más gracioso. Con tan sólo 3 semanas y media de vida, el diminuto canino blanco con una graciosa mancha negra en la oreja izquierda y otra pelirroja en la derecha, pasó a formar parte de la vida de Sara, una niña de 5 años de edad.

En la casa todo era felicidad, la gente sonreía a Poppy y Poppy saltaba y jugaba moviendo la colita y devolviéndoles la sonrisa con agudos ladridos de cachorro y aleteos interminables de su colita. Pero el tiempo pasa y de pronto, todo cambia.

Poppy ya no es tan pequeño, sus ladridos no son tan agudos y producen un estruendo insoportable, su movimiento de cola ya no parece hacer la misma gracia que antes y sus pesadas patas molestan a la mujer alta que le da de comer, porque pisan el sofá y lo ensucian todo con sus grandes pezuñas. Las babas de Poppy no son bien recibidas en los dueños de la casa y sobre todo, el pelo de Poppy molesta demasiado. Sin embargo, para Sara sigue siendo el mismo cachorro que conoció tiempo atrás, su amigo, su confidente, su compañero de juegos, a veces su maniquí perfecto para peinar, disfrazar y pintar, porque Poppy es tan bueno que ni siquiera se queja de todo lo que ella le hace.

Pero papá y mamá mandan en la casa y un día, cuando papá sale a pasear a Poppy, ya no vuelve. Sara pregunta por su amigo y sus padres lamentan que el animal se haya perdido en la calle, le dicen que lo buscarán. Sara llora y odia a su padre por perderlo, se encierra en su habitación y no quiere saber nada de ellos. Al día siguiente le regalarán una consola nueva y gigante, que creen que suplirá con creces la compañía de Poppy, pero Sara… nunca le olvida.

Poppy está feliz, porque llega su hora del paseo. El hombre largo que le grita sin cesar pero de vez en cuando le da una confortable caricia le pone la correa y él mueve su cola para agradecer ese regalo. La calle es un lugar perfecto, con tantos lugares que olisquear, tantos amigos que conocer, tantas zonas que marcar. Esta vez el paseo será más largo y Poppy está emocionado, tanto que ladra sin cesar en la parte trasera del coche, moviéndose nervioso de un lado a otro. Cuando suben en eso que se mueve, siempre le llevan a un sitio increíble con muchos árboles y nuevos y frescos olores. Echa de menos a Sara, nunca había ido sin Sara, pero no deja de mostrar gratitud a ese hombre que le lleva a todos los lados. Lo que se mueve ha parado y la puerta se abre, Poppy sale apresurado y comienza a olisquear, a ladrar y mover el rabo apresuradamente….. hay tanto que ver y tan poco tiempo. Mientras disfruta del rico paisaje, escucha un sonido metálico y de pronto, aquello que se mueve desaparece rápidamente de su vista y el hombre alto que le lleva a esos sitios se aleja de allí. Poppy ladra y les persigue lo más rápido que puede, pero su velocidad no es comparable con ellos y al fin, les pierde de vista. No comprende nada, está algo asustado pero se dedica a olisquear el nuevo paisaje, ya que es totalmente inconsciente de lo que acaba de ocurrir.

Pasan algunas horas y Poppy ya está cansado del nuevo lugar, tiene hambre y algo de frío. Echa de menos a Sara y es la hora de vaciar el rico cacharro rojo que la señora alta le llena de ricos y duros masticables. ¿Dónde está Sara?, ¿dónde está la casa?, ¿dónde está el hombre alto y la mujer alta que le cuidan desde que es pequeño?, en definitiva, ¿dónde está su familia?

Camina durante horas tratando de seguir el rastro esmeradamente y esnifándose hasta el límite el camino, buscando algún lejano aroma que le conduzca de vuelta a su hogar. Pero las horas van pasando y nadie viene a recogerlo, a volver a llevarle a su casa y jugar con su amiga Sara. La noche se va acercando y el frío le va calando los huesos, sus patas, que no están acostumbradas a caminar tanto tiempo, empiezan a cederle y allí, en pleno bosque, tiene que tumbarse porque los párpados le pesan demasiado. Al cabo de unas horas, Poppy despierta asustado, no recuerda dónde se encuentra y descubre que está en un lugar frío y oscuro, escucha sonidos que antes nunca había oído y tiene mucho miedo. El cuerpo comienza a temblarle y trata de ocultar sus ojos bajo sus enormes patas. Sus ojos, limpios y claros, brillantes como todos aquellos en los que se refleja la bondad, ahora están llenos de temor y sobre todo, de tristeza. No comprende qué le ocurre, no sabe dónde está y sobre todo, quiere ver a su amiga Sara.

La mañana llega al bosque y Poppy despierta con un humor como nunca había tenido en sus 6 años de vida, el rabo no tiene ganas de moverse y mientras camina, decide alojarse entre las patas, reflejo del desconsuelo de su alma destrozada. Poppy sigue buscando algún rastro que le lleve a su casa, lo único que ha conocido hasta el momento. Mientras camina, se encuentra un trozo de pan en el camino y lo engulle sin piedad, de pronto, el estómago comienza a jugarle una mala pasada y sólo puede recordar su cacharro lleno de rica comida, las babas le caen por los costados de la boca y la sed es indescriptible. La respiración se vuelve insoportable cuando ya lleva más de 8 horas caminando sin cesar, caminando y oliendo, oliendo y caminando. De nuevo está oscureciendo y Poppy no ha comido, no ha bebido, tiene frío y está más cansado de lo que se ha sentido jamás. Llega la noche y cae rendido en el camino, con las patas de nuevo tapando sus marrones y sinceros ojos de profunda melancolía. Temblando y llorisqueando, vuelve a conciliar el sueño en su segunda noche fuera de casa. Pasan un par de horas y de pronto comienza a llover fuertemente, Poppy corre asustado, puesto que la lluvia le ha sobresaltado en su rico sueño en el que jugaba con Sara tumbado en la manta verde de su habitación. La lluvia está fría, muy fría y él no tiene dónde esconderse. Continúa caminando bajo la lluvia, empapado, sucio, congelado y buscando el rastro que a partir de ahora será su único objetivo en esa triste vida.

Al cabo de cuatro semanas, en el bosque habita un perro blanco, con una mancha negra en la oreja derecha y otra pelirroja en la izquierda, con las costillas marcadas en el lugar donde antes había un precioso lomo brillante, con el pelaje sucio, con los morros llenos de barro y con los ojos tan tristes como la mismísima soledad. El perro sigue buscando algún olor que le lleve a aquella amiga que recuerda lejanamente. La comida no es abundante en su nuevo hogar, pero unas migas de pan, aunque aparezcan llenas de tierra, son un suculento manjar en comparación con los días de ayuno completo. Su lomo está lleno de cicatrices, porque los chicos del pueblo deciden ir al bosque a jugar a perseguir y apalear fuertemente al perro nuevo de la zona. Cojea levemente de una pierna porque un día, mientras seguía por el camino a un hombre alto con la esperanza de que supiera dónde estaba su familia o al menos, de recibir algo de comida, caricias y compasión como algunos otros le daban, el hombre alto empezó a aullentarlo, dándole patadas y cuando él, sin comprender por qué le hacía daño, continuó el camino a su lado, el hombre alto le señaló con un palo largo, que hizo un horrible ruido y que llenó a Poppy de un enorme dolor en la pierna. Le ardía, le quemaba y le sangraba. Se pasó cuatro días enteros sin poder moverse del sitio, lamiéndose sin cesar aquello que le habían hecho, gimiendo tumbado en una ladera del bosque y tan asustado como había estado desde el día en que su familia le había abandonado, abandonándose a la muerte y sin ganas de continuar en esta pesadilla en la que se había adentrado. Pero de pronto, recordó a Sara, las caricias que le daba, las sonrisas y las persecuciones por el pasillo, la rica comida dura, su cojín blandito y lo feliz que era y decidió seguir buscando, convencido de que la encontraría tarde o temprano.

Pasaron cuatro meses más y Poppy apenas era el perro que un día fue, su rabo había alquilado una habitación permanente entre sus dos patas, el miedo había conquistado la cima de su corazón, la desesperanza había hecho mella en sus heridas y su cojera, la soledad había hecho compañía al hambre y sus ojos habían perdido el perfecto brillo que un día regalaban. Poppy estaba al borde de la muerte, ya no olisqueaba en busca de un rastro de su querida amiga Sara, ya no buscaba comida ni unas gotas de agua que echarse a la boca, ya no seguía a las personas, a las que tenía tanto miedo que con sólo escuchar voces huía desesperado buscando un escondite. Así que, se tumbó y sin más, decidió dejar de existir…

Pero de pronto, alguien se acercó a él. Era un perro enorme, el más grande que había visto en su vida. Tenía una boca perfecta y afilados colmillos, su pelaje era rojizo como el fuego y brillaba con tanta fuerza que parecía que iba a arder. Sus ojos eran completamente redondos y azules, tanto que cuando le mirabas de cerca, parecía que estabas flotando en el cielo. El perro comenzó a lamer a Poppy, sus heridas, su lomo, su pata, le empujó levemente con el morro para que este se levantara. Poppy se sentía muy extraño y no sabía quién era ni que quería, pero no tenía ganas de olisquear a ningún amiguito, se había dado por vencido ante la vida. El visitante continuó insistiendo y empujando suavemente a Poppy, incitándole a que se levantara. Por fin, Poppy, cansado de su insistencia, se levanto y empezó a olerle, pero no sabía muy bien qué era lo que olía. No era como los demás perros, como sus otros amigos, olía tan…… tan distinto, tan extraño. El enorme perro pelirrojo de ojos azules miró a Poppy y se alejó, volviéndose y ladrando de vez en cuando para que este le siguiera, cosa que Poppy hizo. Llegaron a una gran cueva y dentro se estaba muy calentito. Había otros cinco perros más y para sorpresa de Poppy, 12 o 15 felinos, de los que una vez le arañaron el morro por acercarse demasiado a su cara. El gran perro que le había llevado, ofreció a su manera comida y agua a Poppy, que la aceptó absolutamente asombrado por todo lo que allí había. La carne estaba muy rica, era carne cruda y se deshacía entre sus dientes suavemente, su sabor era impresionante y nunca antes lo había probado. Comió y bebió hasta hartarse y por fin, logró conciliar el sueño, un sueño más tranquilo del que había tenido en los últimos cinco meses.

Al despertar, el perro enorme seguía lamiendo sus heridas y su pata y Poppy se sentía de nuevo fuerte y vivo. Volvió a comer y a beber y de pronto se sorprendió caminando sin su cojera. Pasaron un par de días más y Poppy estaba totalmente curado. Volvía a tener un peso más o menos adecuado o al menos, ya no se le transparentaban los huesos por debajo de la piel, recuperó las fuerzas que había perdido, su rabo había vuelto a apuntar hacia arriba y sobre todo, sus enormes ojos marrones, volvían a brillar de felicidad. Su amigo pelirrojo le llamó con un ladrido y él salió de la cueva siguiéndole. Caminaron durante cuatro horas seguidas, pero Poppy se sentía con fuerzas para hacerlo durante cuatro más si hacía falta. De pronto, su compañero se detuvo y se giró mirando a Poppy. Poppy comprendió en seguida de qué se trataba, porque conforme se iba acercando a la zona del camino donde su amigo se había parado, un aroma reconocible le recorrió las fosas nasales y le inundó completamente de vida. Se puso muy nervioso, sin cesar de moverse de un lado a otro del camino, agitando fuertemente la cola, olisqueando, corriendo, adelantándose a su amigo, girándose para contemplar que este le seguía. Así pasaron un par de horas, hasta que por fin, su amigo se detuvo. Poppy volvió marcha atrás para incitarle a seguirle, pero sabía que ese era su final. Ambos se miraron, se olisquearon y se lamieron por última vez la oreja. Antes de partir, el enorme perro pelirrojo emitió cinco profundos ladridos mirando a Poppy y este afirmó con un único de réplica, ya sabía lo que tenía que hacer.

Pasaron quince días más en los que Poppy seguía olisqueando y siguiendo el rastro en el camino de su amiga, pero esta vez era todo muy diferente. Los paisajes fueron de lo más variados, puesto que atravesó caminos, ciudades, bosques y varias sendas, se encontró con gente de todo tipo que ya no le daba miedo y sobre todo, con nuevas fuerzas que le hacían conseguir comida y bebida de sobra para su camino de vuelta. Y por fin, llegó a una zona que reconocía a la perfección. Ese era su parque, su terreno, el lugar donde tenía viejos amigos. Olisqueó rastros propios que había dejado en el pasado y también de antiguos conocidos, se enriqueció con nuevos olores de nuevos vecinos en el barrio y por fin, se encontraba en la senda que le llevaba hasta su casa, su vieja y acogedora casa, su querida y adorable amiga Sara. Caminó muy lentamente, absorbiendo cada uno de los segundos que le faltaban para llegar y por fin, se vio frente a su jardín. Allí continuaba oliendo a él y a Sara. De pronto, se sentó delante de la puerta y comenzó a ladrar. Al cabo de pocos minutos, la puerta se abrió de un portazo y Sara salió corriendo rápidamente, saltándose los escalones de la entrada de tres en tres y a punto estuvo de tropezarse y caer de morros; salió gritando con todas sus fuerzas sin parar de repetir ¡Poppy, Poppyyyyyyy! y llorando desconsoladamente de la alegría. Cuando abrió la verja que daba al jardín, Poppy saltó a sus brazos, lamiéndole desesperadamente, pensando que era imposible volver a estar a su lado, volver a sentir sus caricias y escuchar sus risas. Sara reía y lloraba al mismo tiempo, sin parar de acariciar al gran perro que tenía en sus brazos. Cuando ya habían celebrado suficientemente el reencuentro, Sara corrió hacia dentro de la casa, hablándole a Poppy como siempre lo había hecho.

Poppy le seguía, explorando todos los rincones de la casa como si los viera por primera vez y corriendo por todas partes, subió y bajó del sofá al menos veinte veces. Siguió a Sara hasta su habitación, donde estaban sus cosas, sus primeros juguetes casi destrozados y su cacharro rojo de comida dura.
 
-          Papá y mamá no están, pero vendrán en seguida. Ya verás qué sorpresa se llevan.

             Y Poppy no tenía ninguna duda de que se iban a llevar una gran sorpresa. Sara le llenó el cacharro rojo de comida y Poppy comió un poco, pero sobre todo lo hizo por no hacerle un feo a su amiga, porque la verdad es que ahora ya no le sabía tan bien… después de todo... Pasaron algunas horas y Poppy y Sara disfrutaron del tiempo intentando recuperar todos los momentos perdidos. Por fin, Sara se durmió y Poppy decidió ir a la planta baja. Tenía hambre, pero se tumbó tranquilamente delante de la puerta, en la alfombra que antaño le servía de manta en los días más fríos del invierno, apoyó la cabeza lentamente sobre sus patas delanteras y simplemente esperó.

Al cabo de unas horas, la puerta se abrió y Poppy levantó las orejas rápidamente y se irguió a cuatro patas en el suelo. El hombre y la mujer altos entraron y se quedaron petrificados al ver al perro. Ni siquiera supieron cómo reaccionar, pero era lo último que esperaban ver en esa casa. Poppy lo sabía y ahora había aprendido a leer los ojos, tan sólo vio sorpresa, rabia y desesperación. Seguramente se preguntaban si su hija había visto al perro, porque si así era, esta vez sería mucho más difícil deshacerse de él. Poppy había esperado durante horas para recibirles y así lo hizo.

Dio un salto tan ágil como los que había aprendido gracias a los meses que había pasado en el bosque, abrió la boca y sus dientes apretaron con fuerza el cuello del hombre alto. Él era el más fuerte y por eso había sido el primero. A continuación, saltó sobre la mujer tan velozmente que ni siquiera le dio tiempo a gritar, se le cayó la cesta de la compra al suelo y se quedó con la boca abierta. También le saltó al cuello, porque era la manera más sencilla de paralizarles, eso lo había aprendido gracias a que había sido un perro salvaje, es decir, gracias a ellos. Ambos estaban tirados en el suelo, heridos y sangrando abundantemente, pero Poppy tenía hambre. Su amigo le había enseñado lo sabroso de la carne cruda y esta era la misma que había comido en la cueva, simplemente perfecta. Mientras la mujer miraba sin poder moverse por las heridas en el cuello y el par de bocados que el perro le había dado en las piernas, Poppy masticaba tranquilamente parte de la cara del hombre alto. Estaba rico de verdad y tenía mucha hambre, había sido un largo viaje hasta llegar a casa, pero ahora podría reponer fuerzas. El hombre seguía vivo mientras Poppy fue desgarrándole poco a poco la carne y alimentándose de sus vísceras, la mujer estaba viva mientras contemplaba cómo el perro con el que había convivido durante 6 largos años estaba alimentándose de su marido. Pero Poppy estaba empezando a llenarse y no quiso hacerle un feo a la mujer, arrancó fuertemente con sus afilados colmillos un trozo de pierna y a continuación le desgarró la cara, haciendo que los ojos le quedaran colgando sobre la nariz.

Por fin todo era perfecto. Poppy estaba lleno y tenía comida suficiente para alimentarse durante una semana y sobre todo, comida para compartir con todos los que la necesitaran. Arrastró con sus fuertes dientes a la pareja hasta la enorme caseta del jardín y los metió dentro. También arrastró la cesta de la compra y por supuesto, el contenido de su interior. Lamió todo lo que pudo el suelo de la entrada de la casa y se alejó de la puerta, camino de la caseta. Había algo que había aprendido, ahora ya no era un perro tonto, ahora era listo y podía pensar. Su amigo pelirrojo tenía algo que le había transmitido, algo que le hizo darse cuenta de la verdad de las cosas, de la realidad. Algo que le hizo dejar de ser un bobo animal de compañía y poder pensar por sí mismo. Y como siempre, la inteligencia, tristemente, va acompañada de la venganza, del odio y de la maldad. Poppy no era malo, no lo era, tan sólo había adquirido una inteligencia diferente y ahora era consciente de su situación, de su situación y de la de todas las demás mascotas del mundo y creía que no era justo, por eso, estaba dispuesto a luchar. Salió de la caseta del jardín y se sentó frente a la puerta, aullando a la redonda luna llena y sintiéndose el perro más feliz del mundo. Al cabo de unos segundos, el aullido se propagó de unos perros a otros del barrio, pero los vecinos ya estaban acostumbrados a los pesados perros que ladraban y aullaban durante la noche. ¿Por qué iba a ser esta vez diferente?...........

Canela era una dulce gatita que siempre había estado viviendo en su casa con su amiga Alis, pero se quedó embarazada y de pronto decidieron tirarla a la calle a patadas. El dolor fue insufrible y casi perdió a los bebés, pero se recuperó como pudo y  tuvo que sobrevivir en la calle, entre llantos y angustias. Ahora, le quedaba poco tiempo para parir y se encontraba muy cansada, tanto, que había dejado de luchar por su vida. De pronto escuchó un gran aullido, un aullido importante, diferente, que le transmitía algo que nunca había comprendido hasta ahora y que ahora….. entendía a la perfección. Comenzó a caminar lentamente, pero sabía hacia dónde se dirigía.

Bobby, Rufo, Sallye, Cobby, Bolita, Chispita, Mía, Goku, Linda, Lassie, Luna, Bicho, Manchitas, Chita, Lanitas, Gordi, Charrak, Cholo, Pelusa, Colmillos, Garras, Sirkan…… todos escucharon un extraño aullido aquella noche, un aullido que iba transmitiéndose de unos a otros a lo largo del planeta a través de maullidos, silbidos, pitidos, bramidos y hasta rugidos. Todos, esa noche, habían recibido algo a través de esa llamada, algo que les hacía ser diferentes, algo que les hacía ser conscientes de la situación. Aquellos que estaban libres, comenzaron a caminar hacia la misma zona y los que no lo estaban, esperarían para poder estarlo pronto. Algunos extraños chillidos desgarradores se escucharon en las tinieblas, todos de personas, pero en general, la ciudad seguía dormitando arropada por el oscuro manto que la noche arrojaba tras de sí.


Sin embargo, a la mañana siguiente, nada volvería a ser como antes.

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