Claudia está
sentada en la cocina tomándose un café. Está muy nerviosa y no sabe por qué,
pero presiente que algo malo va a pasar; mira hacia todos los lados y a ninguno
en concreto mientras acaba con las últimas existencias de sus uñas, dando continuos
golpecitos a la mesa con su pierna. De pronto, como si el destino no pudiera
evitarse, alguien llama a la puerta. No hacen sonar el timbre, sino que dan
tres golpes secos: pom, pom, pom.
Claudia se dirige
hacia la puerta, tan asustada, que todo el cuerpo le tiembla.
-
¿Quién
es?- exclama con voz trémula desde su recibidor, acercando levemente la cara a
la puerta.
-
Soy
yo. Abre la puerta, por favor.
-
¿Qué
quieres?.
-
Sólo
quiero hablar contigo, ábreme, por favor.
Claudia experimenta
una lucha interna consigo misma, pensando si abre o no abre la maldita puerta.
-
Claudia,
ábreme la puerta- se escucha desde el otro lado.
Y Claudia no puede
resistirse.... y abre la puerta. Al otro lado hay una chica de edad similar a
ella. En cuanto se abre la puerta, la chica entra con toda confianza, como si
se conocieran ya desde hace mucho tiempo.
-
Hola,
Claudia. ¿Cómo estás?
Pero Claudia no
responde.
-
Sabes
que hace mucho tiempo que quiero hablar contigo, no puedes evitarme más. Es
inútil, Claudia y tú lo sabes tan bien como yo.
Y Claudia sigue sin
responder. Llena su taza de café y prepara otro café para Ella, pero Ella no se
lo bebe. Y sigue hablando .... Ella nunca se calla.
-
¿Cómo
te ha ido todo en estos últimos años?. A mí no muy bien, la verdad. Tenía ganas
de verte, he estado muy sola.
Claudia enciende un
cigarrillo y otro para Ella, pero Ella no se lo fuma y el cigarrillo se va
consumiendo lentamente en el cenicero.
-
Claudia,
no intentes evitarme, por favor. Sabes que es inútil, ambas lo sabemos.
Teníamos que hablar tarde o temprano y de nada sirve que no quieras escucharme.
Me escucharás.... siempre lo haces.
Ella sigue hablando
y hablando, pero esta vez es diferente. Claudia es diferente y no tiene ganas
de escuchar.... no quiere escuchar. Con las pocas fuerzas que le permiten sus
nervios, Claudia le planta cara... grita .... berrea.....le empuja..... y por
fin, la arrastra hasta la puerta de su casa y da un portazo tras de sí. Claudia
se aferra a la puerta, como si tratase de impedir que un espíritu entrara en la
habitación.... y llora.... llora durante varios minutos, que se transforman en
horas; nunca había llorado tanto, pero esta vez, es de felicidad.
-
No
puedo entenderlo – observa el médico - estaba muy bien últimamente. Además,
nadie la ha visto hablando sola por la calle ni ha mostrado ningún síntoma de
volver a escuchar esa voz. En las consultas parecía una persona totalmente
normal, habíamos avanzado tanto....
-
Tal
vez no haya sido ese el motivo – responde el inspector -. Son muchas las
muertes que ha dejado tras de sí y la conciencia, en algunas ocasiones, te
juega muy malas pasadas. Aunque haya sido liberada por trastornos mentales,
puede que ella nunca haya conseguido liberarse de los remordimientos y de la
culpabilidad.
Y mientras se
alejan de la habitación, en la que ellos sólo pueden ver el cuerpo de Claudia
colgando desde el techo con una soga cubriendo su cuello; otra persona, una
chica de la edad de Claudia, yace inerte a su lado y Claudia, por fin, puede
descansar en paz.
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