miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA GRAN BATALLA

    Braman las trompetas y se escucha a lo lejos el relinchar de los caballos y el trepidante sonido de los atabales. Los caballeros se atavían con sus mejores armaduras y sus espadas más afiladas, con sus rostros impertérritos y sus piernas fuertemente erguidas, para evitar el temblor en sus andares.

A un lado, los caballeros de la orden de los Tauluds, servidores del antiguo reino del bien y portadores del agua de la vida, entre los que me encuentro yo. Al otro extremo del campo de batalla, con sombríos uniformes envueltos en impenetrables corazas de glucoproteínas y mirada lasciva, se encuentran los caballeros de la orden de los Orthomyxoviridae.
     Nunca imaginé que un campo de batalla tan enorme podría hacerse tan minúsculo a la vista de un ser humano sencillo como yo, pero conforme el enemigo iba recorriendo este extenso y yermo terreno y avanzaba hacia nosotros, más ínfimos me parecían los pasos que nos separaban.

Cuando los primeros caballeros invadieron nuestro fuerte, sentí un estrepitoso dolor en mi cabeza y caí tendida en el suelo. Durante unos segundos pensé que la vida había expirado por mi boca junto a los gritos de dolor que acababa de proferir, pero aún podía percibir un pequeño latido muy por debajo de mi robusta coraza. Saqué fuerzas de donde ya no las tenía y conseguí palparme la zona dolorida con una mano, observando que tenía una flecha clavada. Sabía que era lo último que debía hacer, pero algo dentro de mí me dijo que estirase con fuerza y así procedí, maldiciendo a todos los espíritus del inframundo y profiriendo blasfemas sin sentido. Mi piel cedió y la flecha salió sin derramar ni una gota de mi sangre carmesí sobre el suelo color esmeralda. Inmediatamente comprobé si las leyendas acerca del enemigo eran ciertas y efectivamente, así era: habían rociado la punta de la flecha con la venenosa proteína M..... apenas me quedaban unas horas de vida.

Pero esa idea me martilleaba la cabeza con tal fiereza que me dio una fuerza sobrehumana, avancé numerosos metros blandiendo mi espada con coraje y acabando con cuantos enemigos se interponían en mi camino, mirando el otro extremo del campo de batalla y clavando los ojos en una portentosa figura, mitad humana mitad animal, con una armadura tan imponente que mis ojos huían aterrados de esa visión. Aún así, continué a toda velocidad y cuando estaba tan cerca que podía oler su podredumbre, levanté mi espada para atravesar a mi enemigo, pero el golpe fue detenido por su caballero más fiel, el conde de Parainfluenza, un aburguesado de nariz prominente y cuencas oculares sobresalientes. La lucha entre ambos fue larga y dura, pero al final, conseguí atravesar su cuerpo con mi espada y la extraje con fuerza, partiéndolo en dos.
 
De nuevo traté de acercarme a mi más temido enemigo, pero cada vez mis pasos eran más lentos y mi dolor de cabeza empeoraba. Caí de nuevo en el suelo y una lágrima brotó por mi mejilla.... tan cerca y tan lejos.......; un último hálito de fuerza que me sirvió para levantarme y emplear contra aquel que tanto odiaba su más tortuosa venganza: le lancé desde mi posición una flecha, que le atravesó la garganta. Se sacó la flecha con aires de superioridad y me miró con una sonrisa de afronta, sabiéndose vencedor de todo aquello que estaba viendo en esos instantes. Sin embargo, al ver mi rostro triunfal, se le ocurrió frotar la punta de la flecha y darse cuenta de lo mismo que yo me había percatado horas antes, estaba rociada con el más mortal veneno que jamás había conocido: el analgésico.

Y hoy, estoy un poquito mejor de mi gripe y de mi sinusitis, jijijiji.

viernes, 27 de septiembre de 2013

AURORA Vs MILO


AURORA

Hoy es un día muy bonito y soleado, pero no tengo muchas ganas de ir a clase. Todas las chicas se meten conmigo tan sólo porque no soy como ellas. No me gusta estar todo el día hablando de cosas idiotas, pintándome las uñas y mirando revistas de modelos y de joyas. Este instituto no es para mí, pero mi madre se empeña en que sí que lo es, en que sólo tengo que pasar un tiempo y relacionarme más con mis compañeras. Yo me llevo mejor con los chicos, mucho mejor. Hablamos de ordenadores, de viodeojuegos, de música y eso es lo que a mí me gusta. Pero eso es aún peor, porque las demás, celosas, han decidido extender rumores que no son ciertos y llamarme chupapoyas. Mamá, quiero irme de aquí, me levanto cada día sin ganas de ir a clase y odio a todas mis compañeras. ¿Por qué no nos vamos? Pero no podemos, claro, porque papá ha encontrado el trabajo perfecto en esta zona y como siempre, los adolescentes no pintamos nada en la vida de los adultos.

Ni siquiera con la muerte de las cinco chicas de mi instituto en los últimos tres meses mi madre ha decidido que nos marchemos. Eso sí, ahora no para de agobiarme diciendo que no puedo ir tan sola, que tengo que ir acompañada a clase, que me busque amigas. Viene conmigo todos los días hasta que cojo el autobús y siempre que puede me espera también cuando llego. Además, no me ha dejado salir durante el último mes. Eso no me facilita las cosas, mamá, no me las facilita en absoluto. Y aunque le he jurado y perjurado que a mí no me va a pasar nada, que no soy como las demás, no me quiere creer y me limita la vida. No puedo más, es tan triste tener un bonito día y no poder disfrutarlo.

Cada mañana preparo mi mochila, con los materiales de clase y desde luego, con mis propios materiales. Pero siempre tengo que llegar a casa a la hora, siempre tengo que tener a mi madre encima, esperándome en la puerta y si no, en el autobús. Así es completamente imposible vivir. Pero hoy hace un bonito día y hoy va a ser todo perfecto, mi madre se ha ido a hacer unas compras con mi padre y no volverán hasta la noche. Hoy no tendré a nadie esperándome en el autobús ni en la puerta de casa, hoy no tendré a nadie que me llame al móvil si me retraso cinco minutos de la hora de llegada y hoy no tendré que llegar a mi hora, porque podré disfrutar de mi tiempo y porque no pienso volver a casa hasta la noche.

El desayuno me sabe fenomenal, porque cuando una está contenta, todo lo de alrededor es perfecto. Me voy, que voy a llegar tarde a clase. Por fin puedo salir de casa un día sin mi madre. Tengo que darme prisa o no llegaré. Me voy corriendo, pero no pienso dejar de cumplir mi ritual, me giro para ver lo único maravilloso de este vecindario, la casa. Estos adosados azules son tan bonitos que sólo por vivir aquí ya vale la pena aguantar todo lo demás, pero claro, eso lo pienso en un día como hoy, en el que todo va a ser increíble. Ahora voy a darme prisa para no perder el autobús.
 
Las clases han sido como siempre, algunas divertidas y otras insufribles. El patio divertido, gracias a mis amigos y sobre todo, ignorando a las perras que no saben qué hacer si no se meten conmigo. Ellas se lo pierden, porque hoy no me va a afectar, hoy les sonrío y no saben por qué, pero hoy es mi día. Por fin se acaban las clases y desde luego, no tendré a mi madre en el bus esperándome. Ahora que llega el momento, estoy hasta nerviosa. No puedo creer que por fin pueda ser libre, no puedo creer que por fin pueda disfrutar de mí misma y de mis cosas. El autobús no está muy lleno cuando subo, las otras chicas se sientan delante como siempre, yo prefiero quedarme aquí detrás, pensando en mis cosas, en cómo será todo, en cómo voy a disfrutar de esta tarde. Por suerte no son de mi clase y puedo pasar desapercibida durante el trayecto. Tan sólo pienso en el parque, en las sendas, en las ganas que tengo de pasear y disfrutar de todo, en lo despacio que va a pasar el tiempo esta vez.

Hay un tipo extraño en el autobús y creo que me está mirando de reojo. Mamá dice que a veces soy un poco paranoica y que lo he heredado de ella, seguramente será eso, pero a mí me parece que me mira bastante. Yo me hago la tonta y disimulo, es lo mejor. No quiero buscarme problemas esta tarde y que acabe siendo una ruina.

Por fin mi parada, estoy ansiosa, nerviosa, me tiemblan las manos y las piernas también. El corazón me late al cien por ciento y soy inmensamente feliz. El tipo canijo del autobús se ha bajado detrás de mí, sé que no es motivo suficiente y no quiero empezar a divagar, pero me está siguiendo. Voy a dar una pequeña vuelta antes de ir a mi zona, para ver si tan sólo me lo estoy imaginando. A veces me doy vergüenza a mí misma por ser tan paranoica y fantasiosa, pero por suerte, siempre sigo mis instintos. ¿Y por qué no?, si me gusta soñar. He empezado como si fuera un juego, pensando que me seguía y que le tenía que despistar, pero he dado un par de vueltas por las manzanas de alrededor de mi casa y creo que definitivamente me está siguiendo a mí. No sé qué narices quiere, pero estoy empezando a ponerme nerviosa. No he de acelerar el paso o se dará cuenta de que lo he visto. Por fin, aquí estoy, en los adosados de mis sueños con el azul más claro que existe en el universo. Pero estoy pensando que, si entro en casa, no podré salir después por si este tipo sigue aquí, mi tarde perdida y arruinada, la única tarde de mi vida que tenía para hacer mis cosas, la única tarde de mis sueños tirada por tierra por un baboso y asqueroso. ¡Mierda!, ¿y ahora qué hago, qué hagooooo? Piensaaa, piensa Aurora, piensaaaaaaa. Ya estoy llegando a casa, voy a disimular y me abrocho la zapatilla mientras pienso si entro o no, a lo mejor deja  de seguirme, pero no, ahí sigue, ha reducido el paso, maldito cerdo baboso. De acuerdo, no puedo arruinar mi tarde, no puedo hacerlo. Voy hacia el parque, mi parque, la zona de mis sueños, mi rincón perdido, el lugar donde puedo ser yo misma y dejarme llevar por mis ilusiones….. allí voy, a la derecha, siguiendo rápidamente la senda de los arbustos y escondiéndome detrás del camino.


MILO

¡Mierda de día! Y mierda de vida. En el puto trabajo me han vuelto a echar la bronca, porque el hijoputa de mi jefe me tiene crucificado. La cerda de mi mujer me ha vuelto a dejar en casa cuidando de la pequeña Marta, lo único puro y limpio de este mundo. Ojalá nunca crezcas ni te conviertas en alguien como tu madre. Nunca me deja hablar, nunca me deja opinar, siempre tiene que ridiculizarme delante de los demás y se ríe de mí continuamente. Yo no soy un imbécil, ni un inútil como ella piensa. Yo soy muy ordenado, muy metódico y sé hacer las cosas muy bien. Yo lo sé, tan sólo lo sé yo, pero llegará un día en el que me atreveré y se lo explicaré a ella, ese día va a tragarse todas sus palabras y temblará de miedo. Y llorará y me suplicará por su vida, pero yo haré lo que mejor sé, para demostrarle que no soy un inútil. Verá cómo el pulso no me tiembla cuando le abro en canal y le saco las tripas, cuando las corto en pedacitos muy pequeños y cuando se las meto de nuevo por la boca. Entonces podré ser feliz y me abandonará este condenado dolor de cabeza que me ataca cada vez con mayor profundidad.

Marta se ha quedado dormida y yo ya no puedo aguantar más. Necesito salir, necesito respirar aire puro, necesito que este maldito dolor de cabeza desaparezca, necesito … mi medicina… sí, necesito mi medicina. Me dará tiempo antes de que Marta se despierte y la zorra vuelva a casa, sé que me dará tiempo. Tan sólo tengo que darme mucha prisa. Aquí tengo todo lo que necesito, mi pequeño maletín con mis cosas. No me acuerdo si está todo y lo revisé el último día, veamos. Tengo el botecito con el cloroformo y el pañuelo, tengo los cuchillos bien limpios y el bisturí que cogí de la clínica de mi cuñado, tengo las tijeras grandes, las bolsas de plástico, la cinta aislante. Lo tengo todo, así que me voy cuanto antes, porque no quiero tardar demasiado.

Hoy tendré que coger un autobús hacia el sur, no puedo volver a hacerlo cerca de aquí y el norte ya lo he frecuentado. Lo tengo todo controlado y planificado, si mi mujer lo supiera… entonces dejaría de llamarme idiota. ¡Perfecto!, aquí está el bus, es mi día de suerte. Además está bastante vacío y no hay nadie que pueda fijarse en alguien como yo, un tipo bajito y bastante mediocre, con cara de bonachón y aspecto bastante debilucho. Este autobús va directo a la última parada del sur, así que en cuanto vea un lugar que me guste, me bajaré y escogeré a quién quiero hoy. El día está precioso, hace un magnífico sol para disfrutar de todo, estoy deseando encontrar a alguien lo antes posible.

De verdad que hoy es mi día de suerte, creo que nunca me habían ido tan bien las cosas. Creo que estas chicas jóvenes que están subiendo al autobús vuelven del colegio, o seguramente del instituto, porque no son unas niñas. Son unas adolescentes, unas asquerosas adolescentes que sólo se dedican a joder la vida a los jovencitos. Van con sus faldas cortas, sabiendo que a los hombres se nos cae la baba al verlas contonearse y caminan moviendo el culo para provocarnos. Luego atrapan a un pobre chico y al cabo de unos años se hacen gordas y cerdas y le hacen la vida imposible. Mi mujer me lo hizo, también me hizo la vida imposible mi madre y todas son iguales… todas. Menos Marta, que ojalá nunca se convierta en alguien como su madre porque si no… no, Marta no, ella es diferente. Todas estas zorras sí que son como mi mujer, también como mi madre. Mira cómo se ríen, sabiendo que ellas son las que mandan, las dueñas del mundo. Pero ni siquiera se imaginan que yo no voy a dejar que eso sea así, al menos una de ellas no va a joder la vida a ningún pobre desgraciado, no lo hará.

Hay una chica rubia, separada de las demás, que va muy callada y pensando en sus cosas. Creo que es la adecuada, está sola y además bastante concentrada, con lo que me será más fácil. Hasta la selección la hago de forma ordenada, ¿soy ordenado y muy útil o no?, ¿soy trabajador?, lo soy, claro que lo soy, no necesito que nadie me lo reconozca, yo lo sé y ellas lo saben cuando lo hago, con eso me conformo.

Dos paradas, tres paradas, perfecto, esta es la parada. Tranquilamente y sin que nadie me mire bajo del autobús detrás de la joven, la seguiré un rato y espero que no llegue en seguida a su casa, o tendré que buscar a otra. Esta parte de la ciudad es muy bonita, nunca había estado aquí, pero hay bastante zona  verde. Me gustan los árboles y los jardines, me relajan. ¡Mierda!, creo que va a entrar en esa casa, joder, si entra me va a fastidiar el plan. Se para y se abrocha la zapatilla, ahora se gira un momento mirando el cielo, creo que es bastante despistada, perfecta para mí. ¡Genial!, parecía que iba a entrar en ese pequeño adosado azul, pero sólo se ha parado a abrocharse la zapatilla y mirarse la mochila. Ahora sigue hasta la zona ajardinada del fondo, más allá de los adosados. Está atravesando un jardín muy amplio y parece que se va a meter en el parque, es un parque enorme y aquí puedo hacer todo lo que quiera sin que nadie me vea, tal vez pase algún corredor por la zona, pero soy rápido y pronto me esconderé en un lugar para terminar mi faena. Perfecto, gira a la derecha y desaparece entre los arbustos. Voy a acelerar el paso, porque no quiero que se me pierda, es todo tan sencillo. Muy bien, aquí están los arbustos, ella tiene que estar por aquí, exacto, oigo pasos, voy a cruzar la senda que hay entre la maleza y saltaré a su espalda. A ver, el trapo, la botella, perfecto, se dormirá en apenas unos segundos y lo demás corre de mi cuenta. Allá vamos……
 

AURORA Vs MILO

Una batalla con desventaja nunca se ha considerado una gran batalla y en este caso, se podría decir lo mismo. Aurora permanece escondida tras un matorral, su matorral preferido. Milo entra por el camino y atraviesa la senda de arbustos. Aurora observa que lleva un trapo en la mano y pronto se imagina de qué se trata. Milo está acercándose cada vez más a Aurora y ella se arrastra por detrás de la maleza, tratando de no hacer ruido. Milo escucha un ruido y se gira rápidamente, se dirige hacia un gran arbusto verdoso que hay en mitad del camino. Lo aparta y se asoma para encontrar detrás a la joven. Aurora no está en el arbusto, aparece por detrás de Milo y con una agilidad impresionante, como sólo la tienen las chicas de su edad, agarra el cuello de Milo y le atraviesa con una aguja la vena principal. Milo cae tendido al suelo. Aurora arrastra a Milo detrás de los matorrales, detrás de su zona, donde nadie pasa nunca, donde nadie puede impedirle que disfrute de su vida y de sus sueños. Saca de su mochila las cuerdas y la cinta aislante y amordaza a Milo fuertemente. También le tapa la boca. Después, se tumba para disfrutar del sol y espera, espera, espera….

Milo se despierta amordazado y completamente inmovilizado. Aurora le sonríe y le saluda con la mano, está tumbada a su lado, disfrutando de los últimos vestigios del sol de la tarde. Se levanta, abre su mochila y saca un enorme cuchillo, lo limpia cuidadosamente con un trapo blanco y de nuevo, vuelve a sonreír a Milo.

-          Hola, Milo – le dice – No te asustes, no soy adivina, lo he visto en tu DNI. También he visto todo el equipo que llevas, es increíble, la verdad es que me encanta. Mira, esta es mi zona, ¿te gusta?- señalando los alrededores - Yo creo que es muy bonita, es apartada, grande, verde, perfecta para mí. Creo que tú no tienes una zona, ¿no? Eso no es de ser muy listo, porque si no tienes zona has de empezar a improvisar y corres riesgos que no son necesarios. Bueno, eso es lo que yo pienso, pero imagino que cada uno lo hará a su manera. Esto es muy curioso, ¿verdad? Creo que tú y yo habíamos salido hoy a la calle a hacer lo mismo. ¿Te imaginas las probabilidades que existen de que dos personas como nosotros se encuentren cara a cara, que uno sea el objetivo del otro? Es impresionante. Estoy más emocionada que nunca en mi vida, creo que es algo que sólo puede ocurrir una vez y me ha tocado a mí. He de darte las gracias, la verdad es que hasta ahora yo sólo lo había hecho con chicas de mi edad, del instituto. Son las que más suelen venir a pasear al parque y además, me es muy fácil atraer su atención, y he de confesarte que tengo algo personal hacia ellas, como ellas lo tienen hacia mí, jajaja – hablaba cada vez con más intensidad, emocionada, gesticulando con la cara y los brazos de una forma exagerada, como tan sólo una persona desquiciada podría hacerlo. Milo permanecía callado, mirando a Aurora con los ojos muy abiertos, todavía no podía creer lo que le estaba sucediendo – Por cierto, yo me llamo Aurora. Mira, esto es lo mío. Este es un cuchillo que le cogí hace algunos años a mi madre y ni siquiera se ha enterado – y le iba mostrando todo conforme se lo explicaba – a veeeeer – revolviendo en la mochila – también tengo esto, que son unas ampollitas para quedarte dormido, estas inyecciones se las mandan a mi abuelo y como yo soy la que le pincha desde hace muchos años, pues digamos que las administro, jajajaja. De todas formas, tampoco puedo usarlas mucho porque mi madre me controla la vida, ¿a ti te controla alguien o tienes libertad total? Pufff, eso sería maravilloso, tengo unas ganas de ser mayor y poder hacer lo que quiera, así sí que tiene que ser fácil. Mira, también esto, que es una especie de cuerda que se tensa muy fácilmente, la robé de la clase de gimnasia, unos guantes, un gorro de plástico y también gorros de plástico que me pongo en los pies. Esto es un delantal, para que no me salpique y este plástico de aquí, mira, este lo compré en los chinos. ¿Sabes lo que es?, es un plástico de los que se usan para tapar la ropa cuando llueve. ¿A que es una idea genial usar este plástico? Es fácil de conseguir y muy barato.

Aurora iba colocándolo todo con mucho cuidado en el suelo, algunas cosas las sacaba y las volvía a meter en la mochila. A continuación, se acercó a Milo con el cuchillo y le sonrió de nuevo y por última vez.

-          Bueno, Milo, creo que ya sabes lo que va a pasar. Por cierto, ¿te importa que me quede con tus cosas? La verdad es que la idea del cloroformo me seduce mucho más que la de mis inyecciones, porque a veces cuesta ponerse detrás de alguien y pincharle, sin embargo, un trapito es algo bien sencillo de poner en la nariz, jajaja. Ah, si te preguntas qué haré contigo después, he de decirte que depende de la hora a la que acabemos, te guardaré en el congelador de mi garaje hasta que pueda deshacerme de ti o te tiraré directamente al río. En fin, vamos allá, manos a la obra.

Aurora comenzó a disfrutar de su tarde como nunca lo había hecho. Además, podía ir explicándole a Milo todo lo que hacía, puesto que él lo entendería bien, también quería que se sintiera orgulloso de ella, que envidiara sus técnicas y su perfeccionamiento, a pesar de ser tan joven. Por eso, pensó que era más sencillo cortarle primero algunas partes y taponar las heridas, para que tardara más en morir y pudiera escucharla bien. Parece que estaba sorprendido, porque los ojos se le iban a salir de las cuencas. Por fin, después de sufrir durante horas, Milo cerró los ojos y murió. Aurora terminó su faena y se dio cuenta de que ya era muy tarde, así que metió los trozos que tenía en bolsas de plástico y los llevó disimuladamente en su mochila hasta el congelador de su garaje. Por la noche, durmió como un bebé, después de que su madre le preguntara qué tal le había ido el día y si había hecho muchas cosas.

A la mañana siguiente, Aurora iría hasta el autobús acompañada por su madre, que se preocupaba mucho para que nada le pasara a esa inocente jovencita. La mujer de Milo, descubriría que ya hacía 24 horas que su marido había desaparecido.

Al cabo de unos meses, Milo aparecería en el río o al menos, algunos de sus trozos. Su mujer lloraría desconsoladamente su muerte, ya que a pesar de ser un inútil, era una muy buena persona y un buen padre. Nadie sabría jamás que al hombre al que estaban llorando en ese velatorio, había sido el causante de muchos otros velatorios a lo largo de su vida. Tampoco nadie sabría nunca que había luchado y salido derrotado en una batalla con desventaja, a manos de una joven que gustaba de sus mismas aficiones.
 
Al cabo de unos años, 10 muertos más aparecerían en ese mismo río, la mayoría chicas jóvenes del instituto, pero a la policía le preocupaba el hecho de que el asesino ya no parecía tener un patrón concreto, puesto que también había otras víctimas con características totalmente variadas y nada en común. Posiblemente, el asesino estaba evolucionando. La descripción que los psicólogos y criminólogos más prestigiosos de la zona habían hecho del mismo era la siguiente:


“El asesino es un hombre, posiblemente caucásico. Mediana edad, unos 40 a 50 años. Se siente impotente ante las mujeres y es posible que haya recibido maltrato psicológico en su infancia por parte de su madre. No tiene buenas relaciones sexuales y busca el clímax asesinando a las víctimas, que aunque nunca presentan marcas de violación, son despedazadas y descuartizadas con una frialdad y brutalidad propia de un clímax sexual y de perversión. Seguramente vive fuera de la ciudad, lejos de la zona de las muertes y se traslada por vehículo propio, vigilando a las jóvenes durante varios días antes de actuar. Por último, arroja a todas sus víctimas al río para deshacerse definitivamente de ellas, puesto que una vez termina el asesinato y el fulgor sexual, los remordimientos empiezan a acecharle. Además, ese río es de suma importancia para él, lo relaciona con algún acontecimiento importante o algún trauma que pudo pasarle en el mismo o en otro río similar”.

 
“Aurora, una joven de 15 años de edad, sin problemas familiares de maltrato psicológico ni complejos de ningún tipo. Aurora, con buenas relaciones sexuales con los dos novios que había tenido a lo largo de su juventud. Aurora, que vivía en la ciudad, que tenía frente a su casa una zona verde y maravillosa, alejada del resto del mundo y donde poder llevar a cabo sus pequeños juegos (como ella les llamaba), que no tenía coche ni edad para tener carné y mucho menos remordimientos. Aurora, que se encontró un día por casualidad con un enorme río donde poder deshacerse de los cadáveres que le molestaban. Esa…….. era Aurora”.

jueves, 26 de septiembre de 2013

PEQUEÑO CACHORRO

        Poppy era un cachorro muy pequeñito, que nació de una camada de otros 8 hermanos. Sus dueños no podían mantenerlos a todos, así que tuvieron que regalarlos. A Poppy fue al primero que consiguieron dar, ya que además de ser el más pequeño de todos, era el más gracioso. Con tan sólo 3 semanas y media de vida, el diminuto canino blanco con una graciosa mancha negra en la oreja izquierda y otra pelirroja en la derecha, pasó a formar parte de la vida de Sara, una niña de 5 años de edad.

En la casa todo era felicidad, la gente sonreía a Poppy y Poppy saltaba y jugaba moviendo la colita y devolviéndoles la sonrisa con agudos ladridos de cachorro y aleteos interminables de su colita. Pero el tiempo pasa y de pronto, todo cambia.

Poppy ya no es tan pequeño, sus ladridos no son tan agudos y producen un estruendo insoportable, su movimiento de cola ya no parece hacer la misma gracia que antes y sus pesadas patas molestan a la mujer alta que le da de comer, porque pisan el sofá y lo ensucian todo con sus grandes pezuñas. Las babas de Poppy no son bien recibidas en los dueños de la casa y sobre todo, el pelo de Poppy molesta demasiado. Sin embargo, para Sara sigue siendo el mismo cachorro que conoció tiempo atrás, su amigo, su confidente, su compañero de juegos, a veces su maniquí perfecto para peinar, disfrazar y pintar, porque Poppy es tan bueno que ni siquiera se queja de todo lo que ella le hace.

Pero papá y mamá mandan en la casa y un día, cuando papá sale a pasear a Poppy, ya no vuelve. Sara pregunta por su amigo y sus padres lamentan que el animal se haya perdido en la calle, le dicen que lo buscarán. Sara llora y odia a su padre por perderlo, se encierra en su habitación y no quiere saber nada de ellos. Al día siguiente le regalarán una consola nueva y gigante, que creen que suplirá con creces la compañía de Poppy, pero Sara… nunca le olvida.

Poppy está feliz, porque llega su hora del paseo. El hombre largo que le grita sin cesar pero de vez en cuando le da una confortable caricia le pone la correa y él mueve su cola para agradecer ese regalo. La calle es un lugar perfecto, con tantos lugares que olisquear, tantos amigos que conocer, tantas zonas que marcar. Esta vez el paseo será más largo y Poppy está emocionado, tanto que ladra sin cesar en la parte trasera del coche, moviéndose nervioso de un lado a otro. Cuando suben en eso que se mueve, siempre le llevan a un sitio increíble con muchos árboles y nuevos y frescos olores. Echa de menos a Sara, nunca había ido sin Sara, pero no deja de mostrar gratitud a ese hombre que le lleva a todos los lados. Lo que se mueve ha parado y la puerta se abre, Poppy sale apresurado y comienza a olisquear, a ladrar y mover el rabo apresuradamente….. hay tanto que ver y tan poco tiempo. Mientras disfruta del rico paisaje, escucha un sonido metálico y de pronto, aquello que se mueve desaparece rápidamente de su vista y el hombre alto que le lleva a esos sitios se aleja de allí. Poppy ladra y les persigue lo más rápido que puede, pero su velocidad no es comparable con ellos y al fin, les pierde de vista. No comprende nada, está algo asustado pero se dedica a olisquear el nuevo paisaje, ya que es totalmente inconsciente de lo que acaba de ocurrir.

Pasan algunas horas y Poppy ya está cansado del nuevo lugar, tiene hambre y algo de frío. Echa de menos a Sara y es la hora de vaciar el rico cacharro rojo que la señora alta le llena de ricos y duros masticables. ¿Dónde está Sara?, ¿dónde está la casa?, ¿dónde está el hombre alto y la mujer alta que le cuidan desde que es pequeño?, en definitiva, ¿dónde está su familia?

Camina durante horas tratando de seguir el rastro esmeradamente y esnifándose hasta el límite el camino, buscando algún lejano aroma que le conduzca de vuelta a su hogar. Pero las horas van pasando y nadie viene a recogerlo, a volver a llevarle a su casa y jugar con su amiga Sara. La noche se va acercando y el frío le va calando los huesos, sus patas, que no están acostumbradas a caminar tanto tiempo, empiezan a cederle y allí, en pleno bosque, tiene que tumbarse porque los párpados le pesan demasiado. Al cabo de unas horas, Poppy despierta asustado, no recuerda dónde se encuentra y descubre que está en un lugar frío y oscuro, escucha sonidos que antes nunca había oído y tiene mucho miedo. El cuerpo comienza a temblarle y trata de ocultar sus ojos bajo sus enormes patas. Sus ojos, limpios y claros, brillantes como todos aquellos en los que se refleja la bondad, ahora están llenos de temor y sobre todo, de tristeza. No comprende qué le ocurre, no sabe dónde está y sobre todo, quiere ver a su amiga Sara.

La mañana llega al bosque y Poppy despierta con un humor como nunca había tenido en sus 6 años de vida, el rabo no tiene ganas de moverse y mientras camina, decide alojarse entre las patas, reflejo del desconsuelo de su alma destrozada. Poppy sigue buscando algún rastro que le lleve a su casa, lo único que ha conocido hasta el momento. Mientras camina, se encuentra un trozo de pan en el camino y lo engulle sin piedad, de pronto, el estómago comienza a jugarle una mala pasada y sólo puede recordar su cacharro lleno de rica comida, las babas le caen por los costados de la boca y la sed es indescriptible. La respiración se vuelve insoportable cuando ya lleva más de 8 horas caminando sin cesar, caminando y oliendo, oliendo y caminando. De nuevo está oscureciendo y Poppy no ha comido, no ha bebido, tiene frío y está más cansado de lo que se ha sentido jamás. Llega la noche y cae rendido en el camino, con las patas de nuevo tapando sus marrones y sinceros ojos de profunda melancolía. Temblando y llorisqueando, vuelve a conciliar el sueño en su segunda noche fuera de casa. Pasan un par de horas y de pronto comienza a llover fuertemente, Poppy corre asustado, puesto que la lluvia le ha sobresaltado en su rico sueño en el que jugaba con Sara tumbado en la manta verde de su habitación. La lluvia está fría, muy fría y él no tiene dónde esconderse. Continúa caminando bajo la lluvia, empapado, sucio, congelado y buscando el rastro que a partir de ahora será su único objetivo en esa triste vida.

Al cabo de cuatro semanas, en el bosque habita un perro blanco, con una mancha negra en la oreja derecha y otra pelirroja en la izquierda, con las costillas marcadas en el lugar donde antes había un precioso lomo brillante, con el pelaje sucio, con los morros llenos de barro y con los ojos tan tristes como la mismísima soledad. El perro sigue buscando algún olor que le lleve a aquella amiga que recuerda lejanamente. La comida no es abundante en su nuevo hogar, pero unas migas de pan, aunque aparezcan llenas de tierra, son un suculento manjar en comparación con los días de ayuno completo. Su lomo está lleno de cicatrices, porque los chicos del pueblo deciden ir al bosque a jugar a perseguir y apalear fuertemente al perro nuevo de la zona. Cojea levemente de una pierna porque un día, mientras seguía por el camino a un hombre alto con la esperanza de que supiera dónde estaba su familia o al menos, de recibir algo de comida, caricias y compasión como algunos otros le daban, el hombre alto empezó a aullentarlo, dándole patadas y cuando él, sin comprender por qué le hacía daño, continuó el camino a su lado, el hombre alto le señaló con un palo largo, que hizo un horrible ruido y que llenó a Poppy de un enorme dolor en la pierna. Le ardía, le quemaba y le sangraba. Se pasó cuatro días enteros sin poder moverse del sitio, lamiéndose sin cesar aquello que le habían hecho, gimiendo tumbado en una ladera del bosque y tan asustado como había estado desde el día en que su familia le había abandonado, abandonándose a la muerte y sin ganas de continuar en esta pesadilla en la que se había adentrado. Pero de pronto, recordó a Sara, las caricias que le daba, las sonrisas y las persecuciones por el pasillo, la rica comida dura, su cojín blandito y lo feliz que era y decidió seguir buscando, convencido de que la encontraría tarde o temprano.

Pasaron cuatro meses más y Poppy apenas era el perro que un día fue, su rabo había alquilado una habitación permanente entre sus dos patas, el miedo había conquistado la cima de su corazón, la desesperanza había hecho mella en sus heridas y su cojera, la soledad había hecho compañía al hambre y sus ojos habían perdido el perfecto brillo que un día regalaban. Poppy estaba al borde de la muerte, ya no olisqueaba en busca de un rastro de su querida amiga Sara, ya no buscaba comida ni unas gotas de agua que echarse a la boca, ya no seguía a las personas, a las que tenía tanto miedo que con sólo escuchar voces huía desesperado buscando un escondite. Así que, se tumbó y sin más, decidió dejar de existir…

Pero de pronto, alguien se acercó a él. Era un perro enorme, el más grande que había visto en su vida. Tenía una boca perfecta y afilados colmillos, su pelaje era rojizo como el fuego y brillaba con tanta fuerza que parecía que iba a arder. Sus ojos eran completamente redondos y azules, tanto que cuando le mirabas de cerca, parecía que estabas flotando en el cielo. El perro comenzó a lamer a Poppy, sus heridas, su lomo, su pata, le empujó levemente con el morro para que este se levantara. Poppy se sentía muy extraño y no sabía quién era ni que quería, pero no tenía ganas de olisquear a ningún amiguito, se había dado por vencido ante la vida. El visitante continuó insistiendo y empujando suavemente a Poppy, incitándole a que se levantara. Por fin, Poppy, cansado de su insistencia, se levanto y empezó a olerle, pero no sabía muy bien qué era lo que olía. No era como los demás perros, como sus otros amigos, olía tan…… tan distinto, tan extraño. El enorme perro pelirrojo de ojos azules miró a Poppy y se alejó, volviéndose y ladrando de vez en cuando para que este le siguiera, cosa que Poppy hizo. Llegaron a una gran cueva y dentro se estaba muy calentito. Había otros cinco perros más y para sorpresa de Poppy, 12 o 15 felinos, de los que una vez le arañaron el morro por acercarse demasiado a su cara. El gran perro que le había llevado, ofreció a su manera comida y agua a Poppy, que la aceptó absolutamente asombrado por todo lo que allí había. La carne estaba muy rica, era carne cruda y se deshacía entre sus dientes suavemente, su sabor era impresionante y nunca antes lo había probado. Comió y bebió hasta hartarse y por fin, logró conciliar el sueño, un sueño más tranquilo del que había tenido en los últimos cinco meses.

Al despertar, el perro enorme seguía lamiendo sus heridas y su pata y Poppy se sentía de nuevo fuerte y vivo. Volvió a comer y a beber y de pronto se sorprendió caminando sin su cojera. Pasaron un par de días más y Poppy estaba totalmente curado. Volvía a tener un peso más o menos adecuado o al menos, ya no se le transparentaban los huesos por debajo de la piel, recuperó las fuerzas que había perdido, su rabo había vuelto a apuntar hacia arriba y sobre todo, sus enormes ojos marrones, volvían a brillar de felicidad. Su amigo pelirrojo le llamó con un ladrido y él salió de la cueva siguiéndole. Caminaron durante cuatro horas seguidas, pero Poppy se sentía con fuerzas para hacerlo durante cuatro más si hacía falta. De pronto, su compañero se detuvo y se giró mirando a Poppy. Poppy comprendió en seguida de qué se trataba, porque conforme se iba acercando a la zona del camino donde su amigo se había parado, un aroma reconocible le recorrió las fosas nasales y le inundó completamente de vida. Se puso muy nervioso, sin cesar de moverse de un lado a otro del camino, agitando fuertemente la cola, olisqueando, corriendo, adelantándose a su amigo, girándose para contemplar que este le seguía. Así pasaron un par de horas, hasta que por fin, su amigo se detuvo. Poppy volvió marcha atrás para incitarle a seguirle, pero sabía que ese era su final. Ambos se miraron, se olisquearon y se lamieron por última vez la oreja. Antes de partir, el enorme perro pelirrojo emitió cinco profundos ladridos mirando a Poppy y este afirmó con un único de réplica, ya sabía lo que tenía que hacer.

Pasaron quince días más en los que Poppy seguía olisqueando y siguiendo el rastro en el camino de su amiga, pero esta vez era todo muy diferente. Los paisajes fueron de lo más variados, puesto que atravesó caminos, ciudades, bosques y varias sendas, se encontró con gente de todo tipo que ya no le daba miedo y sobre todo, con nuevas fuerzas que le hacían conseguir comida y bebida de sobra para su camino de vuelta. Y por fin, llegó a una zona que reconocía a la perfección. Ese era su parque, su terreno, el lugar donde tenía viejos amigos. Olisqueó rastros propios que había dejado en el pasado y también de antiguos conocidos, se enriqueció con nuevos olores de nuevos vecinos en el barrio y por fin, se encontraba en la senda que le llevaba hasta su casa, su vieja y acogedora casa, su querida y adorable amiga Sara. Caminó muy lentamente, absorbiendo cada uno de los segundos que le faltaban para llegar y por fin, se vio frente a su jardín. Allí continuaba oliendo a él y a Sara. De pronto, se sentó delante de la puerta y comenzó a ladrar. Al cabo de pocos minutos, la puerta se abrió de un portazo y Sara salió corriendo rápidamente, saltándose los escalones de la entrada de tres en tres y a punto estuvo de tropezarse y caer de morros; salió gritando con todas sus fuerzas sin parar de repetir ¡Poppy, Poppyyyyyyy! y llorando desconsoladamente de la alegría. Cuando abrió la verja que daba al jardín, Poppy saltó a sus brazos, lamiéndole desesperadamente, pensando que era imposible volver a estar a su lado, volver a sentir sus caricias y escuchar sus risas. Sara reía y lloraba al mismo tiempo, sin parar de acariciar al gran perro que tenía en sus brazos. Cuando ya habían celebrado suficientemente el reencuentro, Sara corrió hacia dentro de la casa, hablándole a Poppy como siempre lo había hecho.

Poppy le seguía, explorando todos los rincones de la casa como si los viera por primera vez y corriendo por todas partes, subió y bajó del sofá al menos veinte veces. Siguió a Sara hasta su habitación, donde estaban sus cosas, sus primeros juguetes casi destrozados y su cacharro rojo de comida dura.
 
-          Papá y mamá no están, pero vendrán en seguida. Ya verás qué sorpresa se llevan.

             Y Poppy no tenía ninguna duda de que se iban a llevar una gran sorpresa. Sara le llenó el cacharro rojo de comida y Poppy comió un poco, pero sobre todo lo hizo por no hacerle un feo a su amiga, porque la verdad es que ahora ya no le sabía tan bien… después de todo... Pasaron algunas horas y Poppy y Sara disfrutaron del tiempo intentando recuperar todos los momentos perdidos. Por fin, Sara se durmió y Poppy decidió ir a la planta baja. Tenía hambre, pero se tumbó tranquilamente delante de la puerta, en la alfombra que antaño le servía de manta en los días más fríos del invierno, apoyó la cabeza lentamente sobre sus patas delanteras y simplemente esperó.

Al cabo de unas horas, la puerta se abrió y Poppy levantó las orejas rápidamente y se irguió a cuatro patas en el suelo. El hombre y la mujer altos entraron y se quedaron petrificados al ver al perro. Ni siquiera supieron cómo reaccionar, pero era lo último que esperaban ver en esa casa. Poppy lo sabía y ahora había aprendido a leer los ojos, tan sólo vio sorpresa, rabia y desesperación. Seguramente se preguntaban si su hija había visto al perro, porque si así era, esta vez sería mucho más difícil deshacerse de él. Poppy había esperado durante horas para recibirles y así lo hizo.

Dio un salto tan ágil como los que había aprendido gracias a los meses que había pasado en el bosque, abrió la boca y sus dientes apretaron con fuerza el cuello del hombre alto. Él era el más fuerte y por eso había sido el primero. A continuación, saltó sobre la mujer tan velozmente que ni siquiera le dio tiempo a gritar, se le cayó la cesta de la compra al suelo y se quedó con la boca abierta. También le saltó al cuello, porque era la manera más sencilla de paralizarles, eso lo había aprendido gracias a que había sido un perro salvaje, es decir, gracias a ellos. Ambos estaban tirados en el suelo, heridos y sangrando abundantemente, pero Poppy tenía hambre. Su amigo le había enseñado lo sabroso de la carne cruda y esta era la misma que había comido en la cueva, simplemente perfecta. Mientras la mujer miraba sin poder moverse por las heridas en el cuello y el par de bocados que el perro le había dado en las piernas, Poppy masticaba tranquilamente parte de la cara del hombre alto. Estaba rico de verdad y tenía mucha hambre, había sido un largo viaje hasta llegar a casa, pero ahora podría reponer fuerzas. El hombre seguía vivo mientras Poppy fue desgarrándole poco a poco la carne y alimentándose de sus vísceras, la mujer estaba viva mientras contemplaba cómo el perro con el que había convivido durante 6 largos años estaba alimentándose de su marido. Pero Poppy estaba empezando a llenarse y no quiso hacerle un feo a la mujer, arrancó fuertemente con sus afilados colmillos un trozo de pierna y a continuación le desgarró la cara, haciendo que los ojos le quedaran colgando sobre la nariz.

Por fin todo era perfecto. Poppy estaba lleno y tenía comida suficiente para alimentarse durante una semana y sobre todo, comida para compartir con todos los que la necesitaran. Arrastró con sus fuertes dientes a la pareja hasta la enorme caseta del jardín y los metió dentro. También arrastró la cesta de la compra y por supuesto, el contenido de su interior. Lamió todo lo que pudo el suelo de la entrada de la casa y se alejó de la puerta, camino de la caseta. Había algo que había aprendido, ahora ya no era un perro tonto, ahora era listo y podía pensar. Su amigo pelirrojo tenía algo que le había transmitido, algo que le hizo darse cuenta de la verdad de las cosas, de la realidad. Algo que le hizo dejar de ser un bobo animal de compañía y poder pensar por sí mismo. Y como siempre, la inteligencia, tristemente, va acompañada de la venganza, del odio y de la maldad. Poppy no era malo, no lo era, tan sólo había adquirido una inteligencia diferente y ahora era consciente de su situación, de su situación y de la de todas las demás mascotas del mundo y creía que no era justo, por eso, estaba dispuesto a luchar. Salió de la caseta del jardín y se sentó frente a la puerta, aullando a la redonda luna llena y sintiéndose el perro más feliz del mundo. Al cabo de unos segundos, el aullido se propagó de unos perros a otros del barrio, pero los vecinos ya estaban acostumbrados a los pesados perros que ladraban y aullaban durante la noche. ¿Por qué iba a ser esta vez diferente?...........

Canela era una dulce gatita que siempre había estado viviendo en su casa con su amiga Alis, pero se quedó embarazada y de pronto decidieron tirarla a la calle a patadas. El dolor fue insufrible y casi perdió a los bebés, pero se recuperó como pudo y  tuvo que sobrevivir en la calle, entre llantos y angustias. Ahora, le quedaba poco tiempo para parir y se encontraba muy cansada, tanto, que había dejado de luchar por su vida. De pronto escuchó un gran aullido, un aullido importante, diferente, que le transmitía algo que nunca había comprendido hasta ahora y que ahora….. entendía a la perfección. Comenzó a caminar lentamente, pero sabía hacia dónde se dirigía.

Bobby, Rufo, Sallye, Cobby, Bolita, Chispita, Mía, Goku, Linda, Lassie, Luna, Bicho, Manchitas, Chita, Lanitas, Gordi, Charrak, Cholo, Pelusa, Colmillos, Garras, Sirkan…… todos escucharon un extraño aullido aquella noche, un aullido que iba transmitiéndose de unos a otros a lo largo del planeta a través de maullidos, silbidos, pitidos, bramidos y hasta rugidos. Todos, esa noche, habían recibido algo a través de esa llamada, algo que les hacía ser diferentes, algo que les hacía ser conscientes de la situación. Aquellos que estaban libres, comenzaron a caminar hacia la misma zona y los que no lo estaban, esperarían para poder estarlo pronto. Algunos extraños chillidos desgarradores se escucharon en las tinieblas, todos de personas, pero en general, la ciudad seguía dormitando arropada por el oscuro manto que la noche arrojaba tras de sí.


Sin embargo, a la mañana siguiente, nada volvería a ser como antes.

viernes, 20 de septiembre de 2013

CLAUDIA


      Claudia está sentada en la cocina tomándose un café. Está muy nerviosa y no sabe por qué, pero presiente que algo malo va a pasar; mira hacia todos los lados y a ninguno en concreto mientras acaba con las últimas existencias de sus uñas, dando continuos golpecitos a la mesa con su pierna. De pronto, como si el destino no pudiera evitarse, alguien llama a la puerta. No hacen sonar el timbre, sino que dan tres golpes secos: pom, pom, pom.
 
Claudia se dirige hacia la puerta, tan asustada, que todo el cuerpo le tiembla.

-          ¿Quién es?- exclama con voz trémula desde su recibidor, acercando levemente la cara a la puerta.

      Al otro lado, escucha una voz muy familiar .... demasiado familiar.
 
-          Soy yo. Abre la puerta, por favor.

-          ¿Qué quieres?.

-          Sólo quiero hablar contigo, ábreme, por favor.

Claudia experimenta una lucha interna consigo misma, pensando si abre o no abre la maldita puerta.

-          Claudia, ábreme la puerta- se escucha desde el otro lado.

Y Claudia no puede resistirse.... y abre la puerta. Al otro lado hay una chica de edad similar a ella. En cuanto se abre la puerta, la chica entra con toda confianza, como si se conocieran ya desde hace mucho tiempo.

-          Hola, Claudia. ¿Cómo estás?

Pero Claudia no responde.

-          Sabes que hace mucho tiempo que quiero hablar contigo, no puedes evitarme más. Es inútil, Claudia y tú lo sabes tan bien como yo.

Y Claudia sigue sin responder. Llena su taza de café y prepara otro café para Ella, pero Ella no se lo bebe. Y sigue hablando .... Ella nunca se calla.

-          ¿Cómo te ha ido todo en estos últimos años?. A mí no muy bien, la verdad. Tenía ganas de verte, he estado muy sola.

Claudia enciende un cigarrillo y otro para Ella, pero Ella no se lo fuma y el cigarrillo se va consumiendo lentamente en el cenicero.

-          Claudia, no intentes evitarme, por favor. Sabes que es inútil, ambas lo sabemos. Teníamos que hablar tarde o temprano y de nada sirve que no quieras escucharme. Me escucharás.... siempre lo haces.

Ella sigue hablando y hablando, pero esta vez es diferente. Claudia es diferente y no tiene ganas de escuchar.... no quiere escuchar. Con las pocas fuerzas que le permiten sus nervios, Claudia le planta cara... grita .... berrea.....le empuja..... y por fin, la arrastra hasta la puerta de su casa y da un portazo tras de sí. Claudia se aferra a la puerta, como si tratase de impedir que un espíritu entrara en la habitación.... y llora.... llora durante varios minutos, que se transforman en horas; nunca había llorado tanto, pero esta vez, es de felicidad.

         A la mañana siguiente, en esa misma habitación, un inspector de policía y un médico, que parece que se conocen también desde hace bastante tiempo, charlan tranquilamente.

-          No puedo entenderlo – observa el médico - estaba muy bien últimamente. Además, nadie la ha visto hablando sola por la calle ni ha mostrado ningún síntoma de volver a escuchar esa voz. En las consultas parecía una persona totalmente normal, habíamos avanzado tanto....
 
-          Tal vez no haya sido ese el motivo – responde el inspector -. Son muchas las muertes que ha dejado tras de sí y la conciencia, en algunas ocasiones, te juega muy malas pasadas. Aunque haya sido liberada por trastornos mentales, puede que ella nunca haya conseguido liberarse de los remordimientos y de la culpabilidad.
 

Y mientras se alejan de la habitación, en la que ellos sólo pueden ver el cuerpo de Claudia colgando desde el techo con una soga cubriendo su cuello; otra persona, una chica de la edad de Claudia, yace inerte a su lado y Claudia, por fin, puede descansar en paz.